Foto extraida del video de Youtube
¿Restaurante filandón? Más bien «filandón» de la cartera… ¡y ni te llenas!
¿Sabes ese momento en el que entras a un sitio con nombre *“tradicional”* y terminas pagando medio riñón por un plato que cabe en una cuchara de postre? Pues eso es un “filandón” moderno: una reunión de precios astronómicos, raciones microscópicas y sorpresas en la cuenta que te harán llorar más que una cebolla en directo. Imagina una tertulia medieval, pero en vez de juglares, hay camareros con corbata que te cobran €15 por un panecillo con tres migajas de trufa (que, seamos sinceros, seguro era ajo frito).
El menú: poesía abstracta y matemáticas financieras
La carta de estos lugares es como un curso acelerado de creatividad literaria:
– “Espuma de raíces andinas con esferificación de nostalgia otoñal” = puré de patata pasado por la batidora.
– “Aire de tubérculo ancestral coronado con láminas de oro comestible” = chips de bolsa espolvoreados con brillantina (el oro lo pone tu abuela al ver la factura).
Y ni hablemos del vino: €50 la copa por algo que “evoca a un atardecer en la Toscana”, pero que sabe a zumo de uva resentido. ¿La única cosa ancestral aquí? Tu cuenta, que parece un pergamino del siglo XV.
La experiencia: hambre, confusión y un agujero negro en el bolsillo
Salir de un “filandón” es como subir al espacio sin oxígeno: te quedas sin aire (y sin euros). Pides agua y te traen una botella que cuesta lo mismo que un Netflix premium, pero sin las pelis. ¿Quieres pan? €8 por dos rebanadas que podrían usarse como muestra en un museo de miniaturas. Y si te atreves a pedir postre, prepárate: el helado de vainilla viene con un presupuesto paralelo y la sonrisa irónica del camarero (“claro que sí, señor, ¿quiere hipotecar también el coche?”).
¿Tienes dudas? Aquí te dejamos con las ganas… de comer (y de gastar)
- ¿Es apto para celebraciones? 🎉 Sí, si tu objetivo es festejar que tu cuenta corriente aún respira… por ahora.
- ¿Hay opciones veganas? 🌱 Por supuesto: “néctar de hojas verdes en deconstrucción” (traducción: lechuga picada con un par de gotas de limón, €20).
- ¿Puedo compartir platos? 🤏 Solo si traes lupa y un contrato notarial para dividir los tres garbanzos de la “ración para dos”.
- ¿Y por qué diablos ir entonces? 🧐 Para poder decir “soy de paladar exigente” mientras publicas una foto del plato… con el hashtag #RoboConEstrellaMichelin.
Ahora, si me disculpas, voy a comerme un bocadillo de jamón que, aunque no tenga esferificaciones, al menos me llena el estómago… y no solo la basura del instagram. 🥪💸
Restaurante filandón: donde los platos se esconden… ¡y las estrellas michelin también!
¿Jugamos al escondite gastronómico?
En el Restaurante Filandón, los platos no vienen con GPS incorporado. Aquí, la sopa de trufa podría estar disfrazada de humilde puré, el caviar se esconde bajo una capa de helado de wasabi, y el postre… bueno, el postre a veces se come primero solo para ver si alguien lo nota. Si creías que encontrar agujas en un pajar era difícil, espera a intentar localizar la estrella Michelin que llevan años escondiendo como si fuese un trofeo de Fortnite. Los inspectores de la guía roja han dejado de traer lupa y ahora piden un detector de metales.
El menú: un mapa del tesoro con sabor a trufa
La carta es una mezcla entre escape room y sesión de terapia para controlar la ansiedad. ¿Qué esperar? Platos como:
- «Risotto camuflaje»: arroz teñido de azul con trozos de oro comestible que, al tercer bocado, se convierte en paella. Sí, es legal, pero tu paladar puede demandarte por confusión.
- «Filete de wagyu ninja»: lo sirven crudo y, mientras discutes si eso es arte o un delito, se cocina solo con el calor de tu mirada de incredulidad.
- «Sorpresa del chef»b>: literalmente un tupper sellado que solo se abre si dejas de contarle a Instagram cada segundo de tu vida.
Y no, no hay fotos del menú. Hasta el pan de la casa tiene alias.
Las estrellas Michelin: ¿mito, leyenda o estrategia de marketing?
Filandón tiene más estrellas escondidas que el cielo un día nublado. Corren rumores de que una está incrustada en la suela del zapato del chef, otra en forma de holograma sobre la ensalada César, y una tercera… bueno, esa la guardan para cuando se les acabe la creatividad (o el vino). ¿Por qué tanto misterio? Simple: si la gente supiera que las estrellas Michelin están hechas de azúcar glasé y sueños rotos, perderían su encanto. Mientras, los críticos gastronómicos siguen llegando con brújula y linterna, preguntándose si este lugar es un restaurante o una saga de Dan Brown.
¿Te has perdido? Preguntas que hasta el GPS del chef se rinde
¿Por qué los platos se esconden?
Porque el aburrimiento es el enemigo número uno. Y porque al chef le divierte más verte buscar la langosta en la mesa que cocinarla.
¿Cómo sé qué estoy comiendo?
Confía, mastica y reza. Si sobrevives, es alta cocina. Si no, al menos tendrás una anécdota para el más allá.
¿Y si encuentro una estrella Michelin?
Guárdala en el bolsillo. Con suerte, el chef te cambiará dos por un café.
¿Hay opciones para alérgicos?
Sí, pero el menú «sin riesgo» incluye agua filtrada y un apretón de manos del sommelier. No garantizamos que no te de sarpullido.