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Foto extraida del video de Youtube
Como cocinar pechugas de pollo sin arruinar tu dignidad (y tu cena)
Cómo cocinar pechugas de pollo sin arruinar tu dignidad (y tu cena)
Cocinar pechugas de pollo parece fácil hasta que te das cuenta de que has convertido lo que debería ser un manjar en algo que podría usarse como suela de zapato. El secreto está en no pasarte con el fuego. Imagina que el pollo es tu ex: si lo ignoras demasiado, se seca; si lo atiendes en exceso, se quema. Lo ideal es dorarlo por fuera y dejarlo jugoso por dentro. Usa una sartén antiadherente y un chorrito de aceite, como si estuvieras untando pan, no como si estuvieras freciendo papas fritas.
El marinado: tu mejor aliado
Si quieres evitar que tu pollo tenga el sabor de una toalla de gimnasio, marínalo. No hace falta que seas un chef con estrella Michelin, basta con mezclar aceite, limón, ajo, sal y pimienta. Déjalo reposar un rato (media hora está bien, pero si tienes paciencia, déjalo toda la noche). El marinado no solo le da sabor, sino que también ayuda a mantener la jugosidad. Eso sí, no te pases con el limón, que no estás haciendo ceviche.
El truco del termómetro
Si eres de los que corta el pollo para ver si está listo y terminas con algo que parece más un experimento fallido que una cena, consigue un termómetro de cocina. La temperatura ideal para las pechugas es de 75°C en el centro. Así evitarás ese clásico «¿Estará crudo? ¿Estará seco? ¿Qué demonios he hecho?» que suele terminar en lágrimas y una llamada al delivery.
Preguntas que te salvarán la cena
¿Por qué mi pollo siempre queda seco? Probablemente lo cocinas demasiado tiempo o a fuego muy alto. Recuerda: menos es más.
¿Puedo usar el horno en lugar de la sartén? Claro, pero asegúrate de precalentarlo y de cubrir el pollo con papel aluminio para que no se seque.
¿Qué hago si ya lo arruiné? Salsa. Mucha salsa. Y la próxima vez, sigue estos consejos.
Como cocinar pechugas de pollo: el arte de no secarlas como una suela de zapato
Cómo cocinar pechugas de pollo: el arte de no secarlas como una suela de zapato
Las pechugas de pollo son como ese amigo que siempre llega tarde: si no las vigilas, te dejan plantado con un plato más seco que el desierto del Sahara. El truco está en no tratarlas como si fueran un trozo de madera que hay que carbonizar. La temperatura es clave: si el fuego está más caliente que un verano en Sevilla, adiós jugosidad. Cocínalas a fuego medio y dales su tiempo, como si fueran una serie que no quieres que termine.
Marinar, el salvavidas de la jugosidad
Si quieres que tu pollo no parezca un zapato viejo, marinar es tu mejor aliado. Un poco de aceite, limón, ajo y especias pueden hacer milagros. Déjalo reposar un par de horas (o toda la noche si tienes paciencia) y verás cómo la pechuga se transforma en algo tierno y sabroso. Eso sí, no te pases con el tiempo o acabarás con un pollo que sabe más a limón que a pollo.
El toque final: reposar y cortar
Cuando crees que ya está listo, no te lances como un lobo hambriento. Deja reposar la pechuga unos minutos antes de cortarla. Así los jugos se redistribuyen y evitas que se escape toda la humedad al primer corte. Y, por favor, córtala en sentido contrario a las fibras, que no es un tronco que hay que partir con hacha.
¿Tienes dudas? Aquí te las resolvemos
- ¿Puedo usar el microondas? Sí, pero solo si quieres un pollo que parezca goma de borrar.
- ¿Qué hago si ya se me secó? Salsa, mucha salsa. Y reza para que nadie note el error.
- ¿Es mejor la sartén o el horno? Depende de tu paciencia. La sartén es rápida, el horno más seguro.