Foto extraida del video de Youtube
Flor de sal sevilla: porque la sal común es tan aburrida como un domingo sin siesta
¿Alguna vez has visto un plato de comida y has pensado *“esto necesita un poco de drama”*? La flor de sal de Sevilla es como ese amigo que llega a la fiesta con una guitarra flamenca y le prende fuego a la monotonía. Mientras la sal común se limita a hacer su trabajo sin chistar (aburrida como una tostada sin aceite), esta delicatessen sevillana se posa sobre tus platos como si fuera Beyoncé en un escenario de ensaladilla rusa. Cristales que se derriten en el paladar, un crujido que hace cosquillas al oído y un sabor que te hace cuestionar todo lo que sabías sobre condimentos.
¿Por qué es la reina del mambo salado? Porque nace en las salinas marinas de Sevilla, donde el sol juega al *torero* con el agua hasta crear estos copos que parecen hechos por duendes con mucho tiempo libre. No es sal, es arte comestible. Y sí, cuesta más que el sueldo de un becario, pero ¿acaso pagarías lo mismo por un Renault Twingo que por un Ferrari? Aquí la textura es clave: si la sal común es un aplauso soso, la flor de sal es una ovación con pirotecnia incluida.
¿Qué la hace más especial que un churro con chocolate en Feria de Abril?
- Se recolecta a mano, como si fuera uva para vino de Jerez, pero sin pisoteo de pies sudorosos.
- Tiene hasta un 10% más de minerales que la sal normal (ideal para los que quieren presumir de oligoelementos en la sobremesa).
- No amarga ni embroma: se disuelve justo cuando debe, dejando un regusto que te hace mirar al plato y susurrar *“¿dónde has estado toda mi vida?”*.
Preguntas que seguramente te estás haciendo (y si no, finje interés, por favor)
¿Por qué cuesta un riñón y medio?
Por la misma razón que un jamón de Jabugo no vale lo que un paquete de fuet del súper: artesanía, tiempo y que nadie quiere trabajar bajo el sol sevillano en agosto.
¿Puedo usarla para cocinar o es solo para postureo?
¡Usala donde quieras! Aunque es como ponerle un traje de luces a una tortilla: brilla más en platos simples. Espolvoreala sobre un tomate, un chuletón a la parrilla o incluso sobre chocolate negro (sí, has leído bien, tu paladar te lo agradecerá).
¿Y si me da pena gastármela?
Entonces cómprate dos: una para admirar en el frasco y otra para llorar cada vez que la uses. Eso sí, no la guardes junto a la sal común, o se organizará una pelea de egos en tu estantería.
Flor de sal sevilla: el toque gourmet que hasta tu abuela aprobaría (y eso es decir mucho)
La Flor de Sal de Sevilla: cuando la sal se pone sus mejores galas
¿Te imaginas que la sal común se vistiera de flamenca y le echara un poco de duende? Pues eso es la flor de sal sevillana: cristales que se forman como por arte de magia en las salinas bajo el sol de Andalucía. No es sal, es *sal con PhD*. Mientras la sal normal está ocupada escondiéndose en las patatas fritas, esta se derrite en tu paladar como un abrazo de tu abuela (sí, esa que siempre dice “estás muy flaco, cariño” mientras te sirve tercer plato de lentejas).
¿Por qué a los chefs les pirra esta sal? Spoiler: no es solo por el postureo
Aquí no vale el “una pizca y listo”. La flor de sal sevillana tiene textura crujiente, un sabor menos amargo que el de tu ex, y minerales que harían llorar de emoción a cualquier nutricionista. ¿El truco? Se recolecta a mano al amanecer, como si fueran diamantes, pero en versión low cost. Ideal para espolvorear sobre un buen tomate aliñado, un chuletón que desafíe tu colesterol o incluso sobre unas tortillitas de camarones (que, seamos sinceros, todo sabe mejor con sal que parece sacada de un cuento de hadas).
De las salinas a tu cocina: cómo usarla sin que tu suegra te llame “fino”
Olvídate de los saleros cutres de plástico. Esta sal pide ceremonia: guárdala en un tarro bonito, úsala solo al final de la cocción y, por favor, no la confundas con la que echas en la pasta cuando hierve. Pro tip: si quieres ganar puntos en la próxima comida familiar, di algo como *“le puse un toque de flor de sal de la vega del Guadalquivir”* mientras tu cuñado sigue usando sal de mesa como si fuera 1982.
¿Y esto qué es? Preguntas que harías en voz alta mientras cocinas
¿De verdad justifica el precio o es cosa de hipsters con delantal de cuadros?
¡Vaya pregunta más incómoda! Piensa así: un tarro te dura meses, y cada bocado sabe a que te están cobrando la luz a precio de oro. ¿Merece la pena? Más que comprar aguacates que maduran solo cuando les da la gana.
¿Puedo usarla para salar el bacalao como hace la abuela?
Ni se te ocurra. Esto es como pedirle a un Ferrari que reparta pizzas. La flor de sal es para rematar platos, no para curar pescado. Para lo otro, ya está la sal gruesa y los consejos no solicitados de tu tía Carmen.
¿Dónde la compro sin que me miren raro en Sevilla?
Mercados como Triana o la Feria. Si te ven dudar, di *“quiero la que huele a atardecer en Doñana”* y verás cómo te tratan como a un duque. O pídela online, total, ¿acaso no compras hasta los calcetines por internet?