Foto extraida del video de Youtube
¿Restaurante Abascal? Más bien ‘Abascalentamiento global' (y no, no es broma)
El Abascalentamiento global es el fenómeno climatológico-gastronómico que está derritiendo las reservas de mesas en Madrid. No, no hablamos de que el planeta se esté convirtiendo en una sauna (aunque el guindillo de su arroz meloso podría competir con el sol). Hablamos de un restaurante que sube la temperatura de la ciudad: su carta es tan adictiva que los comensales forman filas más largas que la lista de espera para ver al Betis ganar algo. ¿El menú? Una combinación explosiva de tradición y vanguardia que hace sudar de emoción hasta a las botellas de vino de la bodega.
Si creías que el cambio climático era un problema, espera a ver cómo el Abascalentamiento afecta a tus papilas gustativas. Su cocina es un *desastre climático*… de los buenos. Platos como el tartar de venado con helado de foie (sí, helado de foie) o el risotto de bogavante provocan tsunamis de saliva y huracanes de «¡quiero repetir!». Los postres, por cierto, deberían venir con alerta roja: el chocolate a la taza con churros es tan intenso que hasta los termómetros piden paraguas.
Y no, no es coincidencia que el local esté siempre a reventar. El Abascalentamiento global ha creado un microclima de envidia gastronómica: los vecinos piden delivery de aire acondicionado, los influencers se derriten frente al espejo de los baños (que, por cierto, están más limpios que el récord de Messi), y hasta los repartidores de Glovo hacen cola… para comer, no para trabajar. ¿Consejo? Reserva con la antelación con la que planeas tu jubilación. O come a las 5 de la tarde, como los tiburones que evitan aglomeraciones.
¿Se te derrite el tenedor de la curiosidad? Aquí, unas respuestas calentitas
- ¿Hay que llevar abrigo o shortes? Depende. Si pides el guindillo, mejor trae hielo en los bolsillos. Si vas por el vino, cualquier estilismo vale… total, acabarás con una mancha de salsa.
- ¿Es cierto que el nombre viene de un termómetro? Mentira. Viene de la calle Abascal, pero ya les gustaría patentar un electrodoméstico que reproduzca su arroz.
- ¿Y si no como carne? No cunda el pánico: hasta su berenjena ahumada tiene más carisma que un político en campaña. Eso sí, veganos estrictos: el helado de foie no es opción.
Restaurante Abascal: donde tu cartera llora más que en una telenovela mexicana
¿Un menú o un secuestro express?
Entras al Restaurante Abascal pensando en cenar, pero lo que ocurre después es digno de un *spin-off* de La Rosa de Guadalupe. La carta parece escrita en jeroglíficos dorados: “tartar de wagyu alimentado con música clásica” o “espuma de trufa que juró lealtad a la corona francesa”. Cada plato tiene más adornos que un vestido de quinceañera, y cuando preguntas el precio, el camarero sonríe como si estuviera a punto de revelarte el final de María la del Barrio. Spoiler: tu cuenta será tan dramática como la escena donde la protagonista descubre que su hijo es su primo.
La experiencia (económica) traumática
Pedir agua aquí equivale a firmar un pagaré con tu alma. Si creías que el aguacate era caro, espera a ver la “infusión de hielo derretido por lágrimas de unicornio” (spoiler: es un cubito con gasificación). La cuenta llega en una bandeja de plata, escoltada por dos meseros que podrían trabajar de extras en El Señor de los Anillos. Mientras intentas no hiperventilar, piensas: “¿En qué momento el pan con aceitunas se convirtió en un plan de pensiones?”. El único postre regalado es la factura psicológica que arrastrarás por meses.
¿Cómo sobrevivir a Abascal sin vender un órgano?
- Pide solo la foto del mantel (ya viene con migas de pan gourmet).
- Memoriza el menú desde casa y entrena tu expresión de poker ante cifras astronómicas.
- Lleva a tu tío el abogado, por si la propina incluye un porcentaje de tu herencia.
Preguntas que todos gritamos entre sollozos
¿Por qué el pan cuesta como una entrada a Disneylandia?
Simple: cada semilla de sésamo fue bendecida por un monje tibetano en un ritual con velas y violines. Tú solo mastica lento y repite: “esto no es carbohidrato, es arte”.
¿Aceptan pagos en especie? ¡Tengo un perro que hace trucos!
Lo dudamos, pero si tu mascota puede filetear trufa al vacío, quizás negocien. Eso sí, el perro deberá firmar un NDA para no revelar la receta del aire de maracuyá con esencia lunar.
¿Al menos hay servilletas gratis?
Sí, pero si las usas para limpiar tus lágrimas, te cobran “tarifa por gestión emocional”. Pro tip: llora estratégicamente sobre el plato vacío. Al menos sentirás que aprovechas la inversión.
¿Qué pasa si pido «lo más barato»?
Te servirán un caldo de apapachos (literal: agua caliente con una hoja de laurel y una mirada de condescendencia). Eso sí, la presentación incluye una explicación de 10 minutos sobre “la esencia líquida de la nostalgia”. Bon appétit… o más bien, bon susto.