Foto extraida del video de Youtube
Bodega bar el pimpi: ¿el templo del turista despistado o el rincón más ‘instagrameable' de málaga?
Si las paredes de Bodega Bar El Pimpi hablaran, gritarían cosas como: «¡Transeúnte, entra! Pero ojo, que aquí el vino corre más que los seguidores en tu perfil de Tinder». Este lugar es un *mix* entre museo del surrealismo andaluz (¿por qué hay maniquíes vestidos de torero?) y santuario del turista que cree haber descubierto la esencia de Málaga entre claveles de plástico y botellas firmadas por Antonio Banderas. ¿Verdad auténtica o parque temático del *jamón ibérico*? Ni los malagueños se ponen de acuerdo, pero todos coinciden en una cosa: el wifi es gratis y las fotos, épicas.
Lo que nadie te cuenta antes de entrar (y deberías saber)
– El nivel de *instagrameabilidad*: Las escaleras llenas de macetas, los barriles convertidos en mesas y el patio lleno de farolillos son imanes para influencers. Eso sí, si quieres una foto sin un señor de sombrero flamenco fotobombeando, ve a las 8 a.m. O nunca.
– El menú: Tiene más #MalagueñoQueElPueblo que un botellón en la playa de La Malagueta. Prueba la berenjena con miel, pero no preguntes qué tiene de especial. Spoiler: es literalmente una berenjena… con miel.
– El caos horario: A las 3 p.m. parece el metro de Tokio en hora punta; a las 6 p.m., un pueblo fantasma. ¿Secret? Ven cuando los locales aún están de siesta y los turistas, perdidos en el Google Maps.
¿Turistas o personajes de un reality show?
El Pimpi es como ese amigo que siempre llega tarde pero tiene historias mejores que la tuya. Entre germanes buscando el *«authentic tapas experience»* y malagueños celebrando que su abuela cumple 90 años, el sitio vibra entre el cachondeo y el caos controlado. Eso sí, no busques intimidad: las mesas están tan juntas que hasta oyes los susurros del grupo de *«¡Qué bonito todo, Paco, pero dónde co* está el baño?!».
Lo que realmente importa: ¿vale la pena o es puro postureo?
Si vienes por el Instagram Gold, sí. Si vienes por una experiencia gastronómica mística… amigo, esto no es El Bulli. Pero ojo, El Pimpi no defrauda: los precios no están mal (para zona turística), el ambiente es más eléctrico que una fiesta de pueblo, y siempre puedes decir que has estado donde todos los famosos firmaron una botella. ¿Que si es turístico? Más que un flamenco tocando la guitarra en Times Square. ¿Que si merece la pena? Totalmente. Por lo menos para poder decir: «Yo estuve ahí, y tú no».
Dudas existenciales que seguro te asaltan (y las resolvemos)
¿Es cierto que Antonio Banderas viene aquí a tomar café?
¡Claro! O al menos, eso dicen las 327 botellas con su firma. Eso o alguien tiene mucha imagineria y un bolígrafo permanente.
¿Puedo ir sin sacar el móvil para hacer stories?
Técnicamente sí, pero prepárate para sentir la mirada de juzgona de la estatua de Picasso que hay en la entrada.
¿Hay riesgo de que un maniquí me robe el cargador del móvil?
No confirmamos ni desmentimos. Pero vigila a ese señor de traje de luces… tiene pinta de gamberro.
¿El mejor momento para ir sin colas?
Cuando Marte esté alineado con Júpiter y los tour groups estén ocupados buscando la catedral en el GPS. O, más fácil: un martes a media mañana.
¿Es apto para quienes odian los lugares *mainstream*?
Si odias lo mainstream, probablemente tampoco uses zapatillas. Pero si vienes, pide una copa de vino dulce y ríete de los que se hacen 45 selfies junto al cartel de «El Pimpi». Total, ¿acaso hay mejor plan que juzgar discretamente con una tapa en la mano?.
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Ahí lo tienes: El Pimpi es como ese selfie que subes sabiendo que es un cliché… pero te da igual porque los likes caen solos. 🍷✨
Bodega bar el pimpi: vino con más historia que sabor (y las tapas, mejor ni hablamos)
Donde el caldo se toma con lupa (y no precisamente para catar)
Si los muros de Bodega Bar El Pimpi hablaran, te contarían relatos de Hemingway mientras te sirven un Rioja que, digámoslo claro, sabe más a polvorón del abuelo que a uva pisada con mimo. Aquí el vino viene con DO («Denominación de Ocurrencia»), porque lo único realmente auténtico es la colección de botellas vintage que decoran las paredes. Las tapas, por su parte, son como ese amigo que promete llegar temprano y aparece tres horas tarde: olvida el jamón ibérico y abraza las aceitunas de bote; al menos no fingen ser lo que no son.
Un museo con derecho a terraza (y a cobrarte por respirar)
Entre barriles centenarios y fotos de famosos que probablemente nunca probaron la tortilla de patata del lugar, El Pimpi hace magia: transforma turistas en arqueólogos del gazpacho. ¿Quieres vivir la experiencia completa? Pide una «degustación histórica» (traducción: vinos que han visto pasar más siglos que tus papilas gustativas). Eso sí, si buscas sabor, mejor pide un chupito de agua de la fuente de la plaza. Y no, no es mala idea: la carta tiene más _clickbait_ que un titular de TikTok.
¿Tapas o trampas? Ahí está el detalle
El menú parece escrito por un bot que mezcló palabras al azar: «berenjena milhojas de la abuela» (traducción: láminas de berenjena recalentadas), «atún encebollado con aire de modernidad» (léase: latilla abierta con estilo). Eso sí, el precio tiene más carácter que los platos: pagas por la sombra de Picasso en la mesa de al lado, no por la calidad. ¿Recomendación? Ve con el estómago lleno y la cámara vacía; las fotos saldrán mejor que el almuerzo.
¿Preguntas que harías si no estuvieras distraído por el olor a historia?
¿Es solo para turistas o también hay malagueños valientes?
Un 90% lleva sombrero y mapas. El 10% restante son abuelitos que van a recordar cuando aquí se bebía vino de verdad.
¿Alguna tapa que no sea un crimen gastronómico?
El pan con aceite. Es básico, pero al menos el aceite está bueno (y no, no es de la lámpara de Aladino).
¿Vale la pena por el Instagram o es puro postureo?
Si filtros como «Nostalgia del 72» existieran, este sería el escenario. Para triunfar en redes: sí. Para triunfar en el paladar: ni con un milagro de la Macarena.
¿Y si voy por el vino?
Perfecto, siempre que lo tuyo sea coleccionar etiquetas bonitas con líquido adjunto.
¿Hay opciones vegetarianas?
Sí: aceitunas, pan, y la ilusión de que alguna vez hubo un tomate fresco en la cocina.