Restaurante Can Mauri: ¿Sabes dónde esconden los secretos gastronómicos más divertidos? ¡Te lo contamos entre risas y sabores!

Restaurante can mauri

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Restaurante can mauri: ¿el secreto mejor guardado o el chiste más repetido?

¿Tesoro culinario o meme gastronómico? La duda existencial

Si preguntas a tus tres amigos hipsters, dos influencers de barrio y ese tío que siempre sabe de sitios “que flipas”, Can Mauri aparece mencionado como si fuera la versión mallorquina del Santo Grial… pero con ensaimada. Unos juran que su arroz brut es tan legendario que hasta los abuelos de los abuelos lloran de emoción. Otros insinúan que su fama depende de cuántas copas de hierbas lleves encima. ¿Realidad o leyenda urbana? Ni el GPS más actualizado lo aclara: _¿GPS? Aquí se viene con fe… y un buen mapa de 1998_.

El menú: ¿arte o estrategia para confundir turistas?
Platos con nombres como “sopa de peix amb matrícula de Formentor” o “frito de cerdo que abrazó a una ola” generan más interrogantes que un examen de física cuántica. Eso sí, el personal repite como mantra: _“Es que aquí todo es de la tierra”_. Claro, porque en Mallorca hasta las servilletas tienen DNI. Los precios oscilan entre “me lo merezco” y “¿esto incluye un seguro médico?”. Pero ojo: si pides explicaciones, corres el riesgo de que te respondan con un _“es lo que hay”_ tan épico como el horizonte de Palma.

Opinión pública: entre el éxtasis y el “me están tomando el pelo”

Las reseñas son un campo de batalla. Por cada cliente que escribe _“¡vida cambiada! ahora entiendo el sentido del universo”_, hay otro que suelta un _“¿yo pagué por esto o me han hipnotizado?”_. Los rumores dicen que Can Mauri no tiene cartel porque, simplemente, no le da la gana. ¿Método de marketing o pereza crónica? Quién sabe. Lo seguro es que si llegas sin reserva, te atienden con la misma velocidad con que crece un olivo centenario.

🕵️♂️ Lo que nadie te cuenta (pero deberías saber)

  • El mito de la salsa secreta: Dicen que la llevan custodiando desde la época de los piratas berberiscos. ¿Pruebas? Cero. ¿Místico? Totalmente.
  • El jardín “instagrameable”: Tiene más musgo que el set de Juego de Tronos y una fuente que suena a banda sonora de relax.
  • La terraza: Caben cuatro personas y medio. El “medio” suele ser ese turista que pregunta si tienen paella los martes.

¿Y si solo es un restaurante normal con pretensiones raras?

La verdadera pregunta es: ¿existe alguien que haya ido sin expectativas? Imposible. Vas predispuesto a odiarlo o a coronarlo rey de tus stories. Entre el aura de misterio y las críticas que fluctuán más que el bitcoin, Can Mauri podría ser perfectamente un experimento social: _¿hasta dónde llega la credulidad humana ante un plato de tumbet con nombre en latín?_

🔥 Lo que la gente realmente quiere saber (pero teme preguntar)

¿Vale la pena o es puro postureo?
Depende. Si te emociona descubrir lugares “que no salen en las guías” (aunque todo el mundo hable de ellos), adelante. Si solo quieres comer sin que te expliquen la genealogía del tomate, mejor pide una pizza.

¿Es cierto que las reservas se hacen mediante un acertijo?
No, pero a veces contestan el teléfono como si estuvieran descifrando códigos en la Luna. Perseverancia es la clave.

¿El pan está tan bueno como dicen?
Sí. Hasta los celíacos lloran de envidia (con permiso de su sistema digestivo).

¿Alguna vez alguien ha visto al dueño?
Corren leyendas. Unos dicen que es un fantasma de un marinero del siglo XVIII. Otros, que está disfrazado de camarero. La tercera opción: simplemente, no existe.

¿Por qué el restaurante can mauri no está en tu lista (y por qué debería seguir así)?

Razón #1: Porque te volverías un “snob” gastronómico sin remedio

Imagina pedir un arròs brut y que, de repente, tu paladar se niegue a aceptar cualquier otro plato que no esté cocinado con la precisión de un reloj suizo. Can Mauri tiene ese efecto secundario: convierte a los comensales en expertos auto-nombrados de la cocina mallorquina. ¿Quieres seguir disfrutando de tus latas de atún sin remordimientos? Mejor quédate con lo tuyo.

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Razón #2: El síndrome de la foto imposible

¿Te gusta subir fotos de comida a Instagram? Olvídate. Entre la iluminación que parece filtrada por los dioses y los platos que parecen esculturas modernas, tu perfil se llenaría de likes… y de envidia ajena. Tus amigos empezarían a sospechar que usas Photoshop hasta para el café. ¿Realmente quieres que te etiqueten en comentarios tipo *“¿Otra vez ahí? ¿No tienes vida?”*?

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Razón #3: La ubicación es más secreta que la receta de la abuela

Encontrar Can Mauri es como resolver un escape room: giros inesperados, calles estrechas y la sensación de que Google Maps te ha traicionado. Si logras llegar, tendrás que explicar mil veces cómo diablos se llega. ¿Vale la pena convertirse en el GPS humano de tus conocidos? Spoiler: tu teléfono ya tiene esa función.

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Lo que la gente realmente quiere saber (pero teme preguntar)

  • ¿Es cierto que sirven pan con aceite que hace llorar de emoción?

    Sí, y si no derramas una lágrima, revisa tu certificado de humano.
  • ¿Puedo pedir un menú infantil?

    Sí, pero prepárate: hasta los nuggets tienen un toque gourmet. Tus hijos jamás volverán a un drive-thru.
  • ¿Hay opciones para vegetarianos o es una herejía?

    Los vegetales aquí tienen más protagonismo que en un concurso de miss universo. Eso sí, olvida el tofu aburrido.

Ahora que lo pienso, quizás el verdadero motivo para no ir es… ¡que nunca querrás irte! Pero eso ya es problema tuyo.

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Riders boutique: ¿la nueva forma de vender limonada con lentejuelas?

Cuando el lemonade stand se pone un traje de luces (y una diadema de strass)

Imagina esto: un niño de 10 años vende limonada en su puesto callejero. Hasta aquí, todo normal. Pero si ese niño lleva un chaleco bordado a mano, la jarra brilla más que el collar de tu tía en Navidad y el cartel dice *“Limonada orgánica con destellos de unicornio”*, ¡felicidades! Acabas de toparte con un Riders boutique. Esto no es vender bebidas, es montar un espectáculo ambulante donde el azúcar se mezcla con purpurina y el marketing es más audaz que un influencer en rebajas. ¿La receta secreta? 1% limón, 99% postureo.

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¿Qué lleva realmente la limonada «premium»? (Spoiler: tus alergias no están preparadas)

Aquí no vale exprimir cuatro limones y rezar por que no sepa a tapón. Los Riders boutique han elevado el juego:

  • Lentejuelas comestibles: porque ¿de qué sirve hidratarse si no reluces como un árbol de Navidad?
  • Hielo en forma de diamante: hecho por elfos artesanos (o una impresora 3D, da igual).
  • li>Bioetiqueta: explica que los limones fueron abrazados diariamente por agricultores con certificado en mindfulness.

Eso sí, el precio por vaso equivale a una entrada de cine. ¿Merece la pena? Si tu Instagram necesita likes, rotundamente sí.

¿Y dónde quedó el clásico «limón, azúcar y agua»? En el museo, junto al Tamagotchi

Los puristas lloran. Los modernos Instagramean. Los Riders boutique no venden limonada, venden experiencias efímeras con segundas partes en TikTok. ¿El truco? Convertir un producto básico en un must-have usando cuatro ingredientes:
1. Fotogenia (que el vaso combine con tus zapatos).
2. Hashtags (#LujoLíquido #GlowUpEnCadaSorbo).
3. Limited edition («solo hoy con glitter biodegradable»).
4. Una pizca de delirio.

Preguntas que nadie hizo pero los Riders boutique ya respondieron

¿Puedo pedirla sin lentejuelas?
Sí, pero te mirarán como si hubieras llegado a una boda en chándal. La versión «basic» existe, pero está decorada con lágrimas de dignidad perdida.

¿La purpurina es apta para intolerantes al glamour?
No. Si tu sistema inmunológico rechaza el brillo, mejor toma agua del grifo y vive tu vida en modo sepia.

¿Qué sigue después de esto? ¿Café servido por drag queens en patines?
Shhh, no des ideas. Aunque, siendo honestos, ya hay un prototipo con el nombre «Espresso Disco Fever». Lleva 12 horas sin dormir, igual que tú después de tres vasos de limonada con vitamina Glam.

Riders boutique y el arte de cobrarte un riñón por un pedazo de tela

¿Alguna vez has visto una chaqueta de moto que cuesta lo mismo que un órgano vital en el mercado negro? Riders boutique ha dominado el arte de venderte aire comprimido con estilo, pero ¡ojo!, ese “aire” viene con costuras italianas y un logo que brilla más que el futuro de tu cuenta bancaria. Sus prendas, diseñadas para hacerte sentir como Marlon Brando en “Salvaje” (pero con menos polvo y más deuda), prometen convertirte en el rey del asfalto… o al menos en el rey del parking del Starbucks. Eso sí, si te caes de la moto, la chaqueta protegerá tu ego mejor que tu hígado.

¿De verdad necesitas un préstamo hipotecario para una camiseta?

La estrategia de Riders boutique es simple:

  • Paso 1: Tomar un trozo de tela.
  • Paso 2: Pegarle una etiqueta con letras en francés aunque se fabrique en Narnia.
  • Paso 3: Subir el precio hasta que tu cuenta corriente empiece a llorar.

Sus sudaderas no son sudaderas: son “capas urbanas para almas libres”. ¿El truco? Si pagas 300€ por algo que huele a algodón sagrado, tu cerebro te obligará a creer que es cómodo. Science, bitch!

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“¿Y si me lo pongo al revés?”: La filosofía rider

Riders boutique vende la idea de que llevar sus prendas te acerca a la iluminación motera (o a pagar la segunda casa del dueño en Ibiza). ¿El detalle? Esas camisetas “limited edition” con estampados de águilas calvas cuestan más que el casco. Pero tranquilo, si alguien te pregunta, dices que es “inversión en cultura sobre dos ruedas” y listo. Eso sí, si tu perro se hace un nudo en tu jersey de lana merino ultraecológica, llora en silencio. Como en las pelis de Clint Eastwood.

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¿Te sangran los ojos (y la cartera)? Aquí tus dudas existenciales

¿Por qué un cinturón de Riders boutique vale lo mismo que una moto de segunda mano?
Simple: no estás pagando cuero. Estás pagando el derecho a mirar por encima del hombro a quienes usan cinturones normales.

¿Dónde puedo vender un órgano para comprar algo?
El riñón izquierdo es popular, pero el mercado de córneas está en alza. Eso sí, pregunta primero en grupos de riders: la dignidad no sirve como método de pago.

¿Al menos salgo bien en las fotos de Instagram?
Obvio. Con ese jersey que parece pintado por Dalí, tus seguidores pensarán que eres un poeta de carretera. O un loco que gasta el alquiler en ropa. ¿Diferencias? Ninguna.

Delicias inesperadas: cómo cocinar mollejas de pollo para convertirte en el ¡héroe secreto de la cena!

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¿Cómo cocinar mollejas de pollo sin que queden como suelas de zapato? 🐔👟

El secreto está en el «tratamiento spa» de las mollejas

Las mollejas son como ese amigo que dice ser sencillo pero tiene *mil traumas*. Primer paso: desestresarlas. Lávalas bien, quítales esa telita blanquecina que las hace parecer vendas de momia y dales un baño de agua con sal o limón (30 minutos). Si las saltas este paso, prepárate para masticar algo que compite con la suela de tus Converse. Segundo paso: cocción lenta y sensual. No las frías como si tuvieras prisa por huir de la policía. Hierve agua, añade laurel, ajo, cebolla y déjalas cocinar a fuego bajo 1 hora. Piensa en esto como un *slow dance* donde las mollejas se ablandan hasta ser tiernas, no rebeldes.

La magia ocurre en la sartén (pero sin quemar hechizos)

Una vez tiernas, el mundo es tu parrillada. Opciones para evitar el caos:

  • Salteado express: Dorarlas en mantequilla con pimentón y un chorrito de vino blanco. ¡Ahí es cuando las mollejas dejan de ser «esa parte rara» y se convierten en «¡ñami!»
  • A la plancha con estilo: Un toque de salsa de soja, miel y ajo. Si te pasas de tiempo, volverán a su etapa zapato, así que ojos como lásers.
  • Fritura kamikaze: Solo para valientes. Reboza con harina y especias, pero ¡2 minutos máximo! Más tiempo y tendrás un snack para perros con dentadura de acero.

El error número 1: tratarlas como nuggets

¿Sabes por qué quedan como goma de borrar? Porque las cocinas como si fueran alas de pollo. Las mollejas exigen respeto (y paciencia). Si no las herviste lo suficiente, ni el microondas más potente las salvará. ¿Otro truco? Cortarlas en tiritas *antes* de cocinarlas. Así reduces el riesgo de que cada bocado sea un desafío a tu mandíbula. Y si todo falla, siempre puedes disimularlas en un guiso con tomate y vino tinto. ¡Ahí hasta el zapato más duro se derrite!

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¿Preguntas que no sabías que tenías sobre las mollejas?

¿Se pueden comer medio crudas?
¡Ni loco! Las mollejas crudas son más peligrosas que un selfie con tu ex. Necesitan cocción lenta para que las fibras digan «adiós, tensiones».

¿Cómo sé si ya están tiernas?
Clávales un tenedor. Si entra como en mantequilla, listo. Si sientes resistencia, sigue cocinando… o compra un calzado nuevo.

¿Y si odio la textura pero quiero intentarlo?
Pícalas finas y mézclalas con carne picada para hamburguesas. Nadie notará que estás camuflando órganos internos de pollo. ¡Eres un genio del engaño!

De la granja a la gloria: el viaje épico de las mollejas en tu sartén 🍳✨

Del corral al rescate: la redención culinaria de las mollejas

Las mollejas no nacieron siendo estrellas. Imagínate la escena: una glándula tímida, escondida en el cuello de un pollo o un cordero, preguntándose si alguien la notará. ¡Pero aquí estamos! Lo que antes era un “¡uf, ¿esto se come?!” ahora brilla como el Diamante de Zamora en platos gourmet. Su viaje empieza en la granja, donde pasan de ser “eso que nadie nombra” a protagonistas de una historia de redención. Un buen lavado, un hervor para quitarles drama y ¡zas! Listas para conquistar tu sartén con un aura de “yo puedo con todo”.

La ciencia (y el arte) de convertir vísceras en oro

¿Cómo demonios logran las mollejas pasar de textura “sospechosa” a crocancia celestial? La clave está en tres pasos:
1. El baño de realidad: agua hirviendo para eliminar impurezas (y prejuicios).
2. El masaje relajante: dorarlas en mantequilla o aceite, como si fueran una celebridad en un spa.
3. El golpe de efecto: un toque de limón, ajo, o picante para recordarles que ya no están en el corral.
El resultado es algo entre tierno y crujiente, como un abrazo de tu abuela pero con más estilo. Pro tip: si no suena la alarma de humo de tu cocina, ¡no lo estás haciendo bien!

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De tapas a tacos: las mollejas no conocen fronteras

¿Sabías que las mollejas son como el James Bond de la cocina? En México se disfrazan de tacos con cilantro y limón; en Japón, se esconden en ramen como ninjas umami; en España, se pavonean en tapas con vino. ¡Hasta en Instagram tienen filtros! Su versatilidad es tan sorprendente como encontrar a tu ex en Tinder… pero con final feliz. Moraleja: si una molleja puede reinventarse, tú puedes sacar la ropa del tendedero.

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🔥 Lo que todos quieren saber (pero temen preguntar) sobre las mollejas

  • ¿Por qué se ven tan raras crudas?

    ¡Porque son rebeldes sin causa! Crudas, parecen algo que un alien dejaría en tu refrigerador. Cocínalas y verás la magia.
  • ¿Son lo mismo que las “mollejas” que menciona mi tía en el WhatsApp?

    No, señor. Las de tu tía son chismes. Estas son glándulas. Ambas dan sabor a la vida, pero estas no arruinan reuniones familiares.
  • ¿Puedo improvisar si no tengo mollejas?

    ¿Usar corazón de pollo? Sí. ¿Contar un chiste malo? También. Pero nada iguala su textura. Son como los finales de Game of Thrones: o las amas o las odias, pero no las ignoras.

Y ahí lo tienes: las mollejas son el underdog que triunfó. Ahora ve y dales su momento de gloria… o al menos, un rinconcito en tu próxima parrillada. 🎉

¿Sabías que la sal rosa es el secreto elegante que tu cocina esconde (¡y no es ese tarro millonario!)?

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¿En serio? La sal rosa no es mágica (y otras verdades que duelen)

La sal del Himalaya es básicamente sal… pero en rosa

Sí, lo siento romper tu burbuja de cristal de cuarzo, pero la sal rosa no es lágrimas de unicornio solidificadas. Es cloruro de sodio con trazas de hierro que le dan ese tono instagrameable. ¿Minerales? Un puñado. ¿Cura el estrés, el cáncer y la resaca? Nah. Si fuera mágica, los himalayos tendrían el monopolio de la inmortalidad, y no, ahí siguen, mortales como tú y como yo (pero con mejor paisaje).

El marketing es más adictivo que el sodio

Que no te vendan la moto (ni la sal). Lista de cosas que prometen los gurús wellness y la realidad:
– “Equilibra tus chakras” → Equilibra tu sopa.
– “Tiene 84 minerales” → 82 son en cantidades microscópicas. ¿Quieres magnesio? Come una almendra.
– “Es más sana” → El 98% es NaCl, o sea, lo mismo que la sal de mesa. ¿La diferencia? Pagas el doble por el *aesthetic*.

Otras mentiras que duelen como pisar un Lego

¿Sabías que la “sal del Himalaya” ni siquiera viene del Himalaya? Se extrae en Pakistán, a 300 km de la cadena montañosa. Es como vender “agua del Caribe” embotellada en Nebraska. Y ojo, que si la usas en un plato, nadie notará la diferencia. A no ser que cocines para un panel de *influencers* que distinguen el karma de los alimentos.

¿Y las preguntas? ¡Claro que sí! (Te veo con cara de duda)

¿Entonces la sal rosa es un timo?
Timazo no, pero sí un *upgrade* estético. Como ponerle luces LED a tu bicicleta: brilla más, pero no pedalea sola.

¿Al menos es mejor que la sal común?
Si “mejor” significa que combina con tu mantel de bambú, sí. Nutricionalmente, la diferencia es como elegir entre tuitear desde un iPhone o un Android.

¿Por qué la venden como si fuera la piedra filosofal?
Porque “vende esto, es sal pero rosa” no suena tan épico. Además, ¿a quién no le gusta creer que un condimento le hará inmortal? Spoiler: hasta los dioses griegos se morían de aburrimiento.

¿Te creíste el cuento de la sal rosa? Descubre por qué tu cocina no es un spa del Himalaya

La sal rosa del Himalaya: o cómo pagar 20 euros por algo que sabe igual que la sal de siempre (pero bonita)

¿De verdad crees que esa sal viajó en yak desde las cumbres nevadas hasta tu alacena? Spoiler: el 90% se extrae en Pakistán, en minas que huelen más a camión viejo que a aura místico. Los vendedores listos le pusieron “Himalaya” porque “Sal rosa de la cordillera del Karakórum” no cabía en el Instagram. Y tú, emocionado, espolvoreándola en la ensalada como si fueras un monje tibetano en vez de alguien que quema el arroz tres veces por semana.

¿Minerales? Sí, los justos para que te sientas especial (pero no tanto)

La publicidad dice que tiene 84 minerales. ¡84! Suena a champiñón mágico, pero en realidad es como presumir de que tu pizza lleva brócoli: técnicamente cierto, pero irrelevante. El 98% es cloruro de sodio (o sea, sal normal) y el 2% restante incluye hierro (que también obtienes lamiendo una barandilla) y trazas de rubidio, un elemento que suena a villano de Marvel. Para notar algún beneficio, necesitarías consumir 3 kilos diarios. Spoiler: te volverías un fiambre rosáceo antes de alcanzar la “iluminación mineral”.

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¿Quieres un spa en casa? Mejor compra una planta y deja de fingir

Las lámparas de sal rosa prometen purificar el aire, equilibrar tus chakras y atraer el amor verdadero. Reality check: si funcionaran, Pakistán sería el país con menos solteros y más alergias del mundo. En tu cocina, ese bloque solo acumula grasa de freír croquetas y el aura de desesperación de cuando intentaste hacer pan durante el confinamiento. ¿Alternativa? Usa sal yodada barata y gasta los 30 euros que ahorras en un suculento que, al menos, no te juzgará por comer cereal a las 11 p.m.

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¿Y las preguntas? ¡Claro que sí! Aquí van las que arden más que un curry con 84 minerales

  • ¿Pero no es más sana porque es natural?

    También el arsénico es natural, cariño. Que algo salga de una montaña no lo convierte en superalimento. A menos que la montaña hable y te diga: “Tómate un multivitamínico, humano”.
  • ¿Y si la uso para exfoliarme? Al menos eso es spa, ¿no?

    Si quieres frotarte restos de piedra con olor a pakora, adelante. Pero una esponja de 2 euros hace lo mismo sin dejarte como un salmón a la parrilla.
  • ¡Pero en MasterChef la usan!

    En MasterChef también escupen platos y lloran en la cámara. ¿Quieres eso para tu vida? Exacto. Mejor guarda el drama para Netflix.

¿El secreto mejor guardado? Descubre ‘Bar la Ideal’: cócteles que desafían la gravedad (¡y tu capacidad de irte temprano!)

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¿Por qué «Bar la ideal» es el lugar menos ideal para tu estómago (y tu cartera)?

El menú: un viaje sin retorno al baño (y a la quiebra)

Si creías que “sorpresa del chef” era algo emocionante, espera a probar la “sopa del día” en este antro. Entre sus especialidades están las croquetas que desafían las leyes de la física (¿masa o cemento?) y una “paella” que parece el resultado de un experimento fallido con arroz y tinta de calamar vencida. Lo peor: cada plato cuesta lo mismo que un riñón en el mercado negro. ¿Sabes qué es peor que pagar 15€ por un huevo frito? Descubrir que el huevo te mira con más vida que el camarero.

La cuenta: un drama en tres actos

Aquí no solo pagas por lo que comes, sino por la experiencia traumática. La lista de gastos incluye:

  • “Servicio de sonrisas forzadas”: 2€
  • “Aire acondicionado” (léase: ventana rota): 1,50€
  • “Cobijo antiglamour”: 3€ por sentarte en una silla que cruje como alma en pena

Y si pides agua, prepárate: te cobran el hielo por separado. ¿La bebida más económica? Tus propias lágrimas.

El postre: la guinda del pastel (envenenado)

El colmo es su “flan de la abuela”, que debe ser de la abuela de Frankenstein. Tiene una textura entre goma de borrar y lava volcánica, y un precio que haría llorar a un banquero suizo. Eso sí, si sobrevives, recibes un diploma de “Valiente Comensal”… y una factura que te obligará a vender tu colección de cromos de los 90.

¿Tienes estómago (y billete) para el Bar La Ideal? Resolvemos tus dudas

¿Es cierto que el menú incluye un seguro anti-indigestión?
Más falso que el “jamón ibérico” que sirven. Si quieres protección, mejor lleva un botiquín y un contrato con tu gastroenterólogo.

¿Aceptan pagos en especie?
Sí, pero solo si tu “especie” es oro, diamantes o el título de propiedad de tu casa.

¿Hay opción vegana?
Claro: te ofrecen una lechuga mustia y una factura con IVA. Eso sí, la lechuga tiene más huella de carbono que un vuelo transatlántico… porque viene de la cocina de ayer.

La verdadera «ideal» del bar: 5 razones para huir de sus mojitos (y de su karaoke)

1. El mojito es un atentado contra la mixología (y tu páncreas)

Imagina un trago que combina azúcar moreno, ron barato, hielo derretido y hierbabuena pisoteada por una bota. Eso no es un mojito, es un experimento fallido de química básica. Aquí el «especial de la casa» tiene más jarabe que un postre de IHOP, y lo único «refrescante» es el sudor del bartender agitando la coctelera como si intentara exorcizarla. ¿Resultado? Un líquido que podría usarse para pegar azulejos.

2. El karaoke: donde las voces van a morir (y tu dignidad también)

Si creías que escuchar «Livin' la Vida Loca» en loop era el infierno, este bar lo lleva al nivel Dante Alighieri. El micrófono huele a tequila vencido, la pantalla tiene más pixeles muertos que un teléfono Nokia, y el DJ piensa que «desafinar es arte». Spoiler: no. Aquí no importa si cantas como Rosalía o como un gato en celo: todos acaban coreando «Despacito» mientras esquivan miradas de «¿por qué vine?».

3. La hierbabuena no es decoración de Jurassic Park

En este bar, la hierbabuena del mojito parece extraída de un jardín abandonado en el Cretácico. Hojas marchitas, tallos fibrosos y un toque de «¿esto es perejil?». No es un ingrediente, es un crimen botánico. Y si pides «poca azúcar», te miran como si hubieras insultado a su abuela. Peor: te sirven el vaso con tanto hielo que parece un acuario para peces congelados.

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¿Preguntas? ¡Aquí las que nadie se atreve a hacer (pero tú sí)!

¿El mojito de aquí es apto para humanos?
Si tu idea de «apto» incluye sobrevivir a una sobredosis de glucosa y hojas mutantes, sí. Si no, corre.

¿Existe un karaoke más traumático que este?
Solo si mezclas karaoke de Spice Girls, tres mojitos y tu ex en la misma mesa. Pero este bar lo intenta.

¿Puedo demandarles por daño emocional?
No sabemos de leyes, pero si el «ay, qué divertido» de tus amigos mientras huyes no es prueba suficiente, nada lo será.