Foto extraida del video de Youtube
El racismo no es un chiste… Bueno, en realidad sí, ¡pero de los que nadie debería contar!
Cuando el humor huele a rancio (y no es por el queso de la nevera)
Imagina un chiste racista. Ahora piensa en ese tío que lo cuenta en una cena, riéndose solo, mientras los demás miran al plato como si de pronto la ensalada les susurrara los secretos del universo. El problema no es el chiste, es el abuelo cósmico que lo repite desde 1952 como si el mundo no hubiera descubierto internet, los memes de gatitos y el concepto básico de empatía. Los chistes racistas son como esa lata de garbanzos en el fondo de la alacena: nadie sabe cuántos años tienen, pero todos sospechan que deberían estar prohibidos por la convención de Ginebra.
¿Por qué los chistes racistas tienen menos gracia que un salchichón en misa?
Simple: porque la única cosa «divertida» que hacen es recordarle a medio mundo que, para algunos, su existencia sigue siendo un «plot twist». Si tu humor necesita apoyarse en estereotipos, tonos de piel o acentos exagerados, quizás lo tuyo no es la comedia, sino un trauma mal gestionado. Y ojo, que esto no es ser «políticamente correcto», es ser «humanamente básico». ¿En serio necesitas reírte a costa de hacer sentir a otro como un extraterrestre en su propio planeta? Spoiler: Los marcianos ya tienen suficientes problemas con el cambio climático en Marte.
La lista definitiva de cosas que no mejoran con chistes racistas (y mira que hemos probado)
- Las reuniones familiares: No, tu prima no quiere escuchar tu imitación de «el asiático de la tienda» entre el flan y el café.
- El trabajo: Sorprendentemente, llamar «diversidad» a tu colega negro no te hará subir de puesto (pero sí de enemigos).
- TikTok: Los comentarios de «ya vuelvo, voy a lavar la ropa» bajo un vídeo de alguien negro tienen menos futuro que un helado en el Sahara.
¿Y ahora qué? Preguntas que quizá te estés haciendo (y otras que ni te pasaron por la cabeza)
«¿Pero si yo tengo un amigo [inserte aquí nacionalidad/etnia] y le hace gracia?»
Ah, el clásico «Tengo un amigo que ríe, luego existo». Si tu amigo se ríe, quizás es porque está calculando mentalmente cómo bloquearte en WhatsApp sin que notes el drama.
«¿Y si el chiste es sobre mi propio grupo? ¡Soy edgy!»
Ahí entramos en el territorio pantanoso de «la autocrítica». Spoiler: Si necesitas explicar por qué tu chiste es válido, probablemente acabarás como ese meme de Homero Simpson retrocediendo entre matojos.
«¿Entonces nunca más puedo hacer bromas? ¿Soy el villano?»
No, solo eres el vecino que confundió libertad de expresión con lanzar granadas de humor ácido. El humor es un superpoder, pero con gran poder viene… ya sabes, el resto de la frase. Úsalo para hacer reír, no para hacer migas el sentido común.
«¿Y si me hago el ofendido por los demás?»
Guay, pero no. No eres Capitán Escudo Anti-Majaderías. Mejor usa tus poderes para cambiar de tema, poner cara de poker o soltar un «¿En serio?» tan cortante que congele el ambiente más que un aire acondicionado en enero.
Racismo: El virus más antiguo que ni el antivirus de tu abuela puede eliminar
¿Sabías que el racismo es como el Windows XP? Sobrevive décadas, se instala en los lugares más inesperados y, aunque todos fingen que ya no existe, sigue apareciendo en los momentos más incómodos. Este bicho lleva más tiempo dando vueltas que el chiste de la suegra, mutando desde la época de las cavernas hasta los memes tóxicos de hoy. Lo peor: no hay parche de seguridad que lo elimine. Ni siquiera el té de manzanilla con limón de tu abuela, que según ella cura hasta el alma.
¿Actualizaciones fallidas? Más bien, «discriminación 2.0»
El racismo no se conforma con ser un clásico retro: ahora tiene DLCs modernos. Si antes te insultaban en persona, hoy lo hacen con emojis racistas y comentarios pasivo-agresivos en LinkedIn. ¿La excusa? “Es humor negro”, dicen, como si eso quitara lo de “blanco es el default en todo, hasta en los esqueletos de anatomía”. Y ojo, que intentar borrarlo es como tratar de desinstalar McAfee: vuelve a aparecer cada vez que reinicias el sistema (o sea, cada vez que alguien suelta un “pero tú eres diferente” en la cena familiar).
El manual de usuario que nadie leyó
Si el racismo fuera un tutorial, sería el que todos saltan sin leer. Aquí van tres pasos básicos para no ser parte del problema:
– 1. No asumas que tu experiencia es el “Windows estándar” del mundo.
– 2. Si alguien te dice que tu chiste es ofensivo, no lo excuses con un “es que no entiendes el sarcasmo”. Spoiler: entendieron, y por eso les dolió.
– 3. Actualiza tu software mental más seguido. Que tu abuela crea que los emoticones son magia, no significa que tú también debas vivir en 1980.
Preguntas que seguramente te hiciste mientras leías esto (o mientras procrastinabas en el baño)
¿El racismo viene de fábrica o es un troyano?
Ambas. La sociedad lo preinstala con actualizaciones diarias (hola, algoritmos sesgados), pero también lo descargamos sin querer al repetir ideas como si fueran memes virales.
¿Por qué sigue funcionando si ya sabemos que es malware?
Porque el cerebro humano a veces tiene menos memoria RAM que una calculadora Casio. Y porque, admitámoslo, a algunos les encanta sentirse “administradores del sistema” aunque no sepan ni usar Excel.
¿Podemos enviar el racismo a la papelera de reciclaje?
Sí, pero primero hay que vaciarla… y eso duele más que una actualización de Windows en mitad de un maratón de Netflix. Requiere resetear privilegios, instalar empatía y, sobre todo, no minimizar cuando el antivirus (tu amigo, tu colega, un desconocido) te avise de una amenaza.
Y por si acaso, mejor no le digas a tu abuela que comparamos su té con un antivirus. Esa mujer podría venderlo en Mercado Libre si se entera. 🧙♀️☕