Foto extraida del video de Youtube
¿Restaurante Los Gallos Escalante? ¡Más bien Los Gallos «Desplumados»!
Imagina esto: llegas a un sitio llamado “Los Gallos” esperando un festín digno de un corral de lujo. ¿Qué te encuentras? Un menú que parece escrito con prisas en una servilleta usada y un pollo a la brasa con menos sabor que un paquete de galletas sin abrir. ¡Hasta el gallo de la veleta del local se ruboriza! Si el nombre prometía plumas al viento, la experiencia fue más bien “pelón a la plancha”. ¿Dónde quedó ese aroma a hierbas provenzales que juraste detectar en las fotos de Instagram? Spoiler: se lo llevó el viento junto con las esperanzas de una cena memorable.
¿Qué pasó con las «plumas» del asunto?
La carta anuncia “especialidades de la casa”, pero la única especialidad real parece ser el arte de desinflar expectativas. Pedir una ensalada “fresca” y recibir lechuga mustia que desafía las leyes de la gravedad (y la decencia) no es exactamente lo que uno espera. Y ni hablemos del servicio: si los camareros fueran más lentos, tendrían que ponerles cartel de “cuidado, estatua humana en movimiento”. Hasta el agua sin gas llegó con una flojera cósmica. ¿Restaurante o taller de desilusión gastronómica?
El misterio del postre desaparecido (y otros dramas)
- El flan de la abuela: Abuela desconocida, flan inexistente. Preguntas sin respuesta.
- Las patatas bravas: Ni bravas ni mansas. Más bien… “patatas tímidas”.
- La decoración: Un híbrido entre mercadillo de los 90 y trastero de abuela. ¿Estética retro o accidente visual?
¿Te picó la curiosidad? Aquí las dudas más cacareadas
¿Al menos los precios son económicos?
¡Ja! Si por “económicos” te refieres a “pagas como si comieras en un Michelin, pero sin el Michelin”, entonces sí. Trae la cartera blindada.
¿Hay opción vegetariana?
Sí: agua del grifo, pan duro y la ilusión de que algún día mejoren el menú. ¡Delicioso!
¿Vale la pena para una ocasión especial?
Depende. Si tu definición de “especial” incluye “recordar para siempre el día que casi nos intoxicamos con sal”, adelante. Si no, mejor pide pizza.
¿Y la higiene?
Digamos que el único sitio impecable es el letrero de la entrada. Lo demás… #ExperienciaAuténtica (léase con sarcasmo).
¿Alguna virtud oculta?
¡Sí! Las mesas son excelentes para apoyar los codos mientras esperas. Y el aire acondicionado funciona. O sea, no todo está perdido… ¿o sí?
La experiencia en Los Gallos Escalante: donde el sabor vuela… pero no regresa
Entras a Los Gallos Escalante y lo primero que notas es que el aroma te abraza como un loro cariñoso, pero con ganas de contarte chismes. Aquí, los platos no son solo comida: son acrobacias de especias que desafían la gravedad. El pollo a la brasa, por ejemplo, tiene más capas que un drama familiar: crujiente por fuera, jugoso por dentro y con un toque de ahumado que te hace preguntar: *“¿En qué bosque secreto criaron a este animal?”*. Eso sí, cuando terminas, el sabor se esfuma como un colibrí con prisa. ¿Volverá? Nah, aquí lo único que regresa son las ganas de pedir otra ración.
La carta es un zoológico de opciones donde “lo clásico” y “lo inesperado” se pelean como gallos de pelea (nunca mejor dicho). ¿Quién gana? Tú, porque te comes ambos. Prueba las papas huayro: no son simples acompañantes, son el Robin del Batman de tu plato principal. Y si te animas a lo picante, el rocoto relleno es como un viaje en montaña rusa: sube, baja, quema y al final solo quieres más. Eso sí, el postre es otro nivel: el suspiro limeño no se llama así por casualidad. Es tan ligero que, después de la tercera cucharada, jurarías que te lo inventaste.
El servicio es rápido, pero no tanto como tu capacidad de devorar todo lo que llega a la mesa. Los mozos son expertos en leer miradas: si parpadeas dos veces, aparecen con más pan con chicharrón. Eso sí, el único problema real es que no hay doggy bag. ¿Por qué? Porque en Los Gallos Escalante, lo que llega a tu plato… vuela directo a tu estómago. Y si sobra algo, es señal de que necesitas entrenar más para la próxima.
¿Preguntas? Aquí las respuestas que no volaron al olvido
- ¿Las porciones son pequeñas o soy yo un pozo sin fondo?
Las porciones son como un buen chiste: suficientes para reír, pero siempre quieres otro. Eso sí, nadie juzga si pides segundas… o terceras. - ¿Es apto para vegetarianos o solo para carnívoros felices?
Hay opciones vegetarianas, pero admitámoslo: aquí el pollo es el rey. Los vegetales son como los suegros en una boda: están, pero no son el protagonista. - ¿Debo reservar o llego como paloma a la plaza?
Si vas en fin de semana, reserva. Si no, prepárate para hacer fila y practicar tu mirada de “tengo hambre” para acelerar el proceso.