Foto extraida del video de Youtube
El día que la cordura dijo «¡hasta aquí, yo me bajo!» y nadie supo encontrarla en el baúl de los recuerdos
Cuando la lógica se evaporó y todos bailamos cha-cha-chá en pijama
Imagina despertar un lunes cualquiera y descubrir que tu cerebro decidió tomarse un *«finde eterno»* sin avisar. Buscar las llaves en la nevera, saludar al gato como si fuera tu suegra o intentar freír un huevo con el teléfono móvil (spoiler: no termina bien). La cordura, esa compañera que creías fiel, había metido sus maletas en un Uber mental y desaparecido, dejando como recuerdo un post-it que decía: «Si me necesitas, estaré en Marte… o no». Lo peor: abriste el baúl de los recuerdos para rescatarla y solo encontraste un Walkman, tres calcetines sueltos y un ticket de Blockbuster. ¿Era esto parte de su plan maquiavélico?
Síntomas de que tu cerebro está en huelga (y no le importa tu sufrimiento)
Si alguna vez has tenido una conversación seria con la tostadora porque «ella empezó» o has llorado al ver que Netflix eliminó tu serie favorita (*sí, te vimos*), felicidades: eres miembro honorario del club «¿En qué momento todo se desmadró?». La cordura, en su fuga épica, dejó tras de sí estas pistas:
- Intentaste ponerle contraseña a la cafetera por miedo a que te robe datos bancarios.
- Le explicaste a Siri tus problemas existenciales y seguiste sus consejos al pie de la letra.
- Creaste un altar con memes para atraer de nuevo la racionalidad, pero acabaste sacrificando una galleta (era lo único comestible en la despensa).
«Yo no fui»: La excusa universal para justificar el caos interno
¿Recuerdas ese instante en que intentaste justificar tu decisión de comer helado a las 3 a.m. argumentando «es investigación científica»? La cordura, desde su escondite, probablemente se rió mientras tomaba notas para su libro *«Cómo sobreviví a la especie humana»*. Y es que, sin ella, el mundo se convirtió en un lugar donde discutir con el GPS («¡TÚ NO ERES MI PADRE!») o creer que las plantas conspiran contra ti son actos totalmente válidos. Lo irónico: nadie sabe cuándo volverá… ¿o quizás nunca se fue y solo está grabando un reality show?
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¿Ya revisaste debajo de la alfombra? Preguntas que nadie se atreve a hacer en voz alta
¿La cordura tenía un suplente?
Rotundamente no. Descubrimos que su reemplazo era un loro con megáfono que grita: «¡Improvisen, muchachos!».
¿Se puede sobornar a la memoria para que diga dónde está?
Lo intentamos. A cambio, nos dio las coordenadas de un chiste malo y la letra de «Macarena».
¿Y si la cordura nunca existió?
*Silencio incómodo.* *Suena de fondo «I Will Survive».* Mejor seguimos bailando cha-cha-chá en pijama.
Cuando el mundo se volvió meme: así empezó la cuenta regresiva para la cordura (y Twitter tampoco ayudó)
Cuando el mundo se volvió meme: así empezó la cuentA regresiva para la cordura (y Twitter tampoco ayudó)
El año en que la realidad se divorció de la lógica
Todo comenzó cuando alguien, en algún rincón de internet, decidió que *lo normal* era aburrido. ¿Un político disfrazado de salchicha en un mitin? Trending topic. ¿Un pulpo adivinando resultados deportivos? Viral en tres minutos. La gente empezó a medir su existencia en retuits, y la línea entre «esto es gracioso» y «¿en qué universo esto tiene sentido?» se desvaneció más rápido que un influencer explicando física cuántica. Twitter, ese universo paralelo donde los *hot takes* sobreviven más que los helechos en la oficina, se convirtió en el epicentro del caos. Ahí, bajo el hashtag #ApocalipsisMentál, nacieron teorías conspirativas que mezclaban reptilianos, café descafeinado y Wi-Fi 6G.
Twitter: el cóctel molotov de la locura colectiva
La plataforma del pajarito azul, lejos de ser un sitio para compartir recetas de galletas, se transformó en un laboratorio de experimentos sociales fallidos. Los hilos se multiplicaban como conejos con café expreso, explicando desde «cómo sobrevivir al invierno del alma» hasta «por qué tu gato planea asesinarte». Los memes ya no eran chistes: eran pronósticos del clima emocional. Si una publicación alcanzaba los 100.000 likes, automáticamente se consideraba «prueba científica». ¿El resultado? Una sociedad incapaz de distinguir entre un artículo de *Nature* y un tutorial de TikTok para hacer pan sin gluten… usando solo pensamientos positivos.
La lista definitiva de cosas que jamás debieron ser meme (pero lo fueron)
- La foto del presidente comiendo un helado con tenedor.
- El audio de un delfín «cantando» reggaetón editado con Autotune.
- El debate filosófico de si los aguacates son una fruta o un estado mental.
¿Y ahora qué? Preguntas que nadie se atreve a hacer (pero igual las respondemos)
¿Alguien conserva su cordura intacta?
Imposible. Si aún piensas que «todo está bien», revisa tu calendario: probablemente sigues atascado en 2019, cuando creíamos que el mayor problema era la moda de los pantalones campana.
¿Twitter sobrevivirá a su propia mitología?
Sí, pero solo si inventan un botón para convertir los dramas virales en energía renovable. Imagina cargar tu teléfono con el hype de un Elon Musk posteando un meme en 3 a.m.
¿Podemos culpar a los memes de… *todo*?
No, pero aceptamos donaciones para fundar la primera terapia grupal contra el Síndrome del Hashtag Traumático. Sesiones incluyen: borrar cuenta de Twitter, abrazar un árbol y recordar cómo era la vida antes de que existiera el término «viralizar».