Desire: the elegant art of craving more (and why your inner squirrel approves!)

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Foto extraida del video de Youtube


Cuando el «deseo» se pone pesadito: ¿en serio necesitamos querer tanto?

¿Alguna vez tu deseo se ha puesto más insistente que un gato pidiendo comida a las 5 AM? Ese antojo de comprar el celular nuevo (que hace básicamente lo mismo que el tuyo), de acumular likes como si fueran cromos Pokémon, o de perseguir metas que requieren más energía que entrenar para una maratón… descalzo. La sociedad nos vende que *“querer más”* es sinónimo de respirar, pero quizás deberíamos cuestionar si el deseo no anda usando esteroides.

El “quiero” que se convirtió en “necesito… YA”

La línea entre deseo y obsesión es más fina que el papel de arroz. ¿En qué momento pasamos de “me gustaría viajar” a planificar un itinerario de 12 países en 3 días? Las redes sociales, con sus filtros de realidad alterna, nos inyectan FOMO (miedo a perderse algo… o todo) como si fuera chicle de nicotina. Lista de síntomas:

  • Refrescar la tienda online 87 veces para ver si bajó el precio de esos zapatos que NO combinan con nada.
  • Creer que tu vida mejorará un 300% si compras la freidora de aire que jamás usarás.
  • Sentir que “ser productivo” implica hacer malabares con 15 hobbies nuevos… a la vez.

¿Y si le ponemos un candado al deseo?

No se trata de vivir como monje tibetano (a menos que te guste la moda azafrán), sino de preguntarse: ¿esto me suma o me resta cabeza? A veces el deseo es como ese amigo que te convence de salir de fiesta un martes: suena divertido, pero al día siguiente pagas el precio. La clave está en distinguir entre *“lo quiero”* y *“lo necesito para no acabar en un documental de National Geographic sobre humanos en crisis”*.

¿Ya terminaste de desear o sigues leyendo?

¿Cómo sé si mi deseo es mío o me lo implantó Instagram?
Fácil: si al verlo piensas *“vaya, ni sabía que existía esto hace 5 minutos”*, sospecha. Los algoritmos son más persuasivos que un vendedor de enciclopedias puerta a puerta.

¿Qué hago si deseo cosas contradictorias?
Querer ser influencer de yoga mientras anhelas comer pizza en pijama es normal. La vida es caótica, como un cajón de calcetines sin pareja. Prioriza: hoy meditación, mañana pepperoni.

¿Me deseo otro café o ya voy por la sobredosis?
Si tu corazón late más rápido que el de una liebre en una carrera de galgos, quizás sea hora de cambiar… a té de manzanilla. O a terapia. Lo que encuentres primero.

¿Existe el “deseo sano”?
Claro: cuando anhelas algo sin que tu paz mental dependa de ello. Como querer un helado, pero no llorar si se cae del cucurucho (aunque admitamos que duele más que un spoiler de tu serie favorita).

Deseos vs. realidad: cómo sobrevivir cuando tu antojo grita más fuerte que tu billetera

Cuando el sushi te llama, pero tu cuenta bancaria te ignora

Imagina esto: tu cerebro sueña con un plato de nigiri fresco, pero tu billetera susurra *“¿recuerdas que debes pagar la luz?”*. Ahí estás, en el limbo entre el *“sí, lo merezco”* y el *“no, mejor no”*. ¿Solución? Aprende a negociar contigo mismo. Si el antojo es de otro planeta, divide el gasto: compra un rollito básico y acompaña con una película japonesa en casa (el arroz con vinagre y wasabi de lata cuentan como experiencia cultural). Otra táctica: declara tu cocina *“zona de emergencia gastronómica”* y crea versiones low cost. ¿Sushi? Prueba con un sandwich de pepino y aguacate. No es lo mismo, pero la desesperación agudiza el ingenio… o el autoengaño.

El arte de decir “no” sin llorar en público

Salir con amigos cuando tu presupuesto está en UCI es como bailar sobre lava: peligroso y caliente. La clave está en la improvisación estratégica. En vez de caer en el brunch de $30 por un huevo con nombre francés, propón un picnic en el parque (queso de untar y galletas saladas son la nouvelle cuisine de los pobres). Si te arrinconan en una cena cara, usa la vieja confiable: *“tengo una dieta de sólo líquidos… excepto cuando como en casa”*. Y si todo falla, recuerda esta fórmula mágica: *“Prefiero esperar a que esté en oferta”* = *“No tengo un peso, pero mantengo la dignidad”*.

Tu billetera no está rota, está en modo creativo

Convertir límites en juego es el nuevo *cheat code* de la vida adulta. Retos como “¿cuántos días puedo sobrevivir sin pedir delivery?” o “¿logro replicar ese postre de Instagram con harina y una vela?” son el entretenimiento que necesitas. Usa apps para rastrear gastos y celebra cuando ahorres $5 en café como si fueran un bono millonario. Y si el antojo es imparable, aplica la regla de las 24 horas: si al día siguiente sigues queriendo ese helado de oro comestible, quizá sea destino… o solo hambre.

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¿Ya te comiste las preguntas? Aquí tienes más (pero sin calorías)

¿Cómo evitar que mi tarjeta de crédito me odie?
Simple: ponle una foto de tu mascota o tu ex. Ver su cara cada vez que la sacas te hará pensarlo dos veces.

¿Y si mi antojo es de emergencia nacional?
Aplica el “método del trueque”: intercambia algo que no extrañarás (esa bufanda fea, el libro que nunca leíste) por algo delicioso en grupos de Facebook.

¿Existe algún mantra para no caer en tentaciones?
Repite después de mí: *“El delivery no me ama, solo quiere mi dinero”*. Funciona… el 40% de las veces.

¿Puedo culpar a la inflación de mis malas decisiones?
¡Claro! Es la excusa perfecta. ¿Compraste una torta de $15? Di que antes costaba $5 y suenas como víctima de la economía, no como un compulsivo.