Foto extraida del video de Youtube
Disfraces de San Isidro: ¿por qué siempre acabamos vestidos de chulapos aunque jurábamos que este año no?
El síndrome del chulapo involuntario es real, amigos. Llegas a mayo pensando: “Esta vez me disfrazo de algo original: una rosquilla gigante, un botijo con patas, ¡hasta de Alfonso XII si hace falta!”. Pero el día 15 te ves frente al espejo, otra vez, con el chaleco de cuadros, el clavel en la solapa y la sensación de que tu creatividad murió en 1894. ¿Culpa de las tiendas de disfraces? ¡Claro! Porque en Madrid, si no es chulapo o chulapa, te miran como si fueras un extraterrestre bailando un blues en medio de la pradera. La tradición nos atrapa más rápido que un bocata de calamares en hora punta.
Las excusas más ridículas para repetir disfraz (y todas las usamos)
- “Es que ya lo tengo en el armario” (lo compraste el año pasado jurando que era la última vez).
- “Es cómodo” (mentira: el pañuelo al cuello te sofoca más que un verano en Lavapiés).
- “Es que mi grupo quiso coordinarse” (traducción: todos estábamos igual de faltos de imaginación).
Y luego está el efecto espejo social: cuando ves a media ciudad convertida en un ejército de cuadros y claveles, te entran sudores fríos por destacar. ¿Pones un sombrero de torero? “¡Eso es más de Feria!”. ¿Una capa de goyesco? “¿Vienes de Halloween?”. Al final, la presión castiza es más poderosa que las rebajas de El Corte Inglés. Hasta el más moderno acaba cantando “Clavelitos” con una jarra de limonada en mano, preguntándose cómo diablos volvió a pasar.
¿Preguntas que todos nos hacemos mientras nos abrochamos el chaleco de cuadros por enésima vez?
—¿Hay vida más allá del chulapo?
Sí, pero implica explicar tu disfraz 73 veces. “No, no soy un fantasma… Es un traje de majete del siglo XVII”. Agotador.
—¿Se puede sobrevivir a San Isidro sin clavel en la solapa?
Técnicamente sí, pero prepárate para que tu abuela te grite “¡Qué descastao!” desde el balcón.
—¿Algún año lograremos escapar de la maldición?
Imposible. Madrid tiene un imán para los trajes de cuadros. Hasta las estatuas de Cibeles se ponen la mantilla a escondidas.
Cómo sobrevivir a San Isidro sin disfraz: trucos para que no te pillen (y no tengas que llevar esa peineta incómoda)
#1 Camuflaje express: ni peinetas ni mantones (pero sin parecer un turista despistado)
¿Te da pánico que te señalen con el dedo mientras mascabas una rosquilla? Olvida el disfraz completo, pero aprende a mimetizarte. Lleva un pañuelo rojo atado en la muñeca (como si te sobrara del año pasado), suelta algún “madrileños, ¡arriba España!” cuando pases por una parada de chotis, y nunca, jamás, lleves zapatos limpios. Si alguien sospecha, di que eres un chulapo “low cost” y cambia de acera como si tuvieras prisa por encontrar una botella de gaseosa. ¡Voilà! Invisibilidad social activada.
#2 La táctica del “Soy de aquí, pero hoy no me apetece”
–Posiciónate estratégicamente: colócate siempre al lado del puesto de barquillos o junto al que canta *“Clavelitos”* desafinando. La clave está en distraer: si alguien te mira raro, ofrécele un churro inmediatamente (nadie cuestiona a quien reparte azúcar).
–Usa accesorios de coartada: una bolsa de gallinejas ficticias (vale con una de Mercadona) o un abanico abierto para taparte la cara cada 5 segundos, como si el sol madrileño fuera tu enemigo íntimo. ¿Y si te preguntan por las castañuelas? Responde: “Las dejé secando junto al botijo” y sal corriendo hacia la fuente más cercana.
#3 El plan B: rutas de evacuación para no castizos
Prepara un mapa mental con los tres lugares donde nadie buscará un infiltrado:
1. La cola del baño portátil más alejado (el olor ahuyenta a puristas).
2. Frente al escenario del DJ que mezcla flamenco con reggaetón (el caos sonoro es tu aliado).
3. Dentro de una nube de pomperos profesionales (¿qué mejor escondite que un arcoíris de jabón?).
Y si todo falla, grita “¡MIRA, UNA TORTILLA DE PATATA GIGANTE!” y escóndete entre la multitud hacia la salida.
🕵️¿Y si me descubren? Preguntas que NO querrás que te hagan (pero por si acaso…)
–“¿Dónde tienes la peineta, colega?”
Responde que es una pieza de museo y que la guardas en una urna antibarbas. Añade un suspiro dramático y cambia de tema hablando de lo caro que está el alquiler.
–“¿Por qué bailas chotis como si tuvieras una avispa en el calzón?”
Aquí, dos opciones:
1. Afirma que es el estilo “postmoderno” (y mira desafiante como si fueras un artista de performance).
2. Señala al cielo y ruge “¡Mi abuela me enseñó así!” mientras te alejas contoneándote como un pato con chanclas.
–“¿Y la gracia de venir sin disfraz?”
Aquí, ejerce el derecho a la autoincriminación gloriosa: “Es que soy el espíritu de Goya, pero en versión *jeans*”. Nadie discutirá contra un fantasma fashion del siglo XXI.